PEDRO LASTRA (Quillota, Chile, 1932)
Relectura de Enrique Lihn
Porque escribí estoy vivo.
E. L.
Pero yo que no escribo,
yo que casi no tengo ya palabra,
Enrique Lihn, amigo de los mejores días
(esos que no llegaron)
qué puedo hacer por fin
para encontrar el reino que sólo el sueño crea
con la palabra que no estuvo en el sueño:
los pájaros de antaño
o una muchacha junto al jazminero
en el centro del patio, si es que hubo ese patio
y no lo inventa el otro que soy al regresar cada mañana
mi enemigo mortal, el que habita en mi casa,
el que niega y se burla
de mis pequeñas trampas de tahúr obstinado
o de aspirante al cetro de los justos,
si es que hay justicia y justos
y diluvios, con su inmortal paloma
y todo eso.
FERNANDO CELY HERRÁN (Bogotá, Colombia, 1957)
Rumbos
No sé
como puedes
caminar por ahí,
con mi mirada
enredada
en tu cuerpo.
FERNANDO VARGAS VALENCIA (Bogotá, Colombia, 1984)
TE QUEDASTE DORMIDA SIN AVISAR, APENAS.
Ojalá cuando despiertes,
el sáfico parpadear
de las piedras rasguñadas desde fuera,
no te asuste.
Ojalá me recuerdes
cuando algo te permita volver atrás.
Ojalá vuelvan los trenes a esta ciudad angustiada
y con ellos,
tu forma tan particular
de arrancarme ganas de devorarte entera.
Tú lo ganaste todo con esa disipación de tus cenizas:
Te haz ganado un lugar en mis promesas falsas.
Yo apenas entiendo la magnitud de mi derrota:
Soy el corazón que tras tu cuerpo erguido te delata.
Ya no creeré en tus amoríos inútiles.
Ya no creeré en la liberación de tu orgasmo
que cuelga vil y débil en todos los extremos de mi cuerpo.
Ya no creeré en mi cuerpo:
los miembros me sobran por estos días de ebriedad intensa,
me sobran en esta ciudad de lacónicos bramidos
donde te busco y no apareces,
donde las calles huelen a tus humores radicales,
donde la biblioteca se quiere desplomar de envidia,
donde las mujeres me producen rabia y miedo,
donde las mujeres son una apología a la muerte,
donde las mujeres son insoportables y soberbias.
Te encerraste en la caverna y me dejaste afuera.
Cerraste con llave y te la tragaste.
Voy a perdonarte.
No lo vuelvas a hacer, constelación postergada;
reprime tus deseos de no estar:
aquí, en mi morral de estudiante pobre,
siempre habrá lugar para tu dormir exagerado.
FELIPE LÓPEZ (Manizales, Colombia, 1985)
Alguien tuvo delirios sobre el Chimborazo, y yo lo celebro con flores que limitan
las cordilleras de almas guerreras
Acompaño a los delirantes que se atreven a pulverizarse, a los sabios, los taitas, a la
papa, a la mandioca, a los tubérculos que encontraron en estas tierras su hogar
Delirar con cada mota de polvo que entra en las ventanas, porque son los vestigios
de las cordilleras, de la piel muerta de jaguares, a la sangre de la Noche triste
Un coraje, y deliro ante la belleza, deliro ante el horror, por las tierras que divinizan
Bachué, han decantado el rufián, el pirata, y las cadenas
Pero cada célula me enorgullece, hasta mis dientes caninos, molares, se enjuagan
de la caña que delira en el trópico, envanece el liquido que nace de los páramos,
la chalupa que zarpa en los confines del Amazonas, la amapola que conmueve el subsuelo
Hay que estar en los reclusorios de la selva y decir que esto es verdad
Delirio ante América, porque los locos nos trepamos en las ceibas, hacemos apnea en
el Rio de la Plata, traspasamos la dimensión y la divinidad en el sabor de la ayahuasca,
delirar ante almohadas que sueñan primaveras en Ciudad perdida
Refugiarse de delirantes que creen en lo imposible
YENNY LEÓN (Medellín, Colombia, 1987)
De Entre árboles y piedras (2013)
Yeti, no todas las palabras
condenan a muerte.
Wislawa Szymborska
la niña se hunde
en el cuarto silencio más largo de la tierra
pasa el día
encerrada en una burbuja de fuego
el yeti se sacude
hasta el círculo diminuto
deja huellas de herrumbre
la piedra calla
contra la lluvia.
cuando los días se acaben
y la hoja
ya no incube su raíz
sumergido en el reverso de las piedras
yacerá el vacío enloquecido de luz
las grandes pérdidas
harán de la montaña
su centro
como puertos sin retorno
se acogerán a la memoria
sólo para darle forma al pasado
serán tan viejas en nuestros ojos
como el destino del agua.
IRINA HENRÍQUEZ (Bolívar, Colombia, 1988)
Hallazgo
Es obsesiva mi forma de esperar a que algo ocurra. A que salte sobre mí la fiera que se esconde tras la maleza de los acontecimientos del día. Pero no espero por más de unos segundos: yo deseo que me hallen mientras busco o mientras celebro un hallazgo equivocado.
Y la mejor forma de encontrar es estando inmóvil mientras todo rota o tañen las campanas: el mundo es entonces todas las cosas que antes o después se camuflan bajo la apariencia de lo cotidiano. Yo deseo la marea de imágenes que quedan tras cada movimiento en las más finas mallas del aire. Deseo poseer aquello que miras sin saber, todas las cosas que en el nombre del azar han sigo consignadas en la nada del abandono. Porque no te diste cuenta, porque el gavilán es dueño de su queja pero desconoce que a mí ha llegado, porque está en el mundo y es mi hallazgo.
RÉMY DURAND (Carácas, Venezuela, 1946). Francés.
El hombre que llora
a G.R.
el hombre que lloraba
El hombre que llora
viste flores negras filigranas amargas
ya no tiene nombre
me llamo nadie dice
no sabe cómo se llama
no sé cómo me llamo
qué importa
olvidó quién es
¿quién soy? dice
quizás el tío ese que cruza la calle
sin brazos sin mirada
El hombre que llora
ya no puede respirar
¡aire por favor aire! dice
ni caminar tampoco andar
en su camino yacen vasijas sucias
prendas tiradas y desgarradas
vestuarios arrugados trajes sin baile
camisas manchadas con palabras vacías
un continente entero echado al suelo
floración sedienta esperanzas marchitadas
El hombre que llora
tiene ganas para nada
no quiere vestirse
¡ay! otra vez afeitarme mirarme los huesos en el espejo
los ojos sin niña mis ojos exánimes
otra vez vestirme qué putada la guerra y esos amores fantoches
qué jilipollada la San Valentín
sólo quiere vagabundear desnudo el hombre que llora
por los caminos del infierno
dices que me amas pero te vas
dices que me quieres pero no vienes
anda amor mío celestial amor bienaventurado
anda brindemos con champagne para homenajear
¡tú no te quedas y no te vas!
brindemos con champagne en ese magno día de mi cesantía
litros de champagne amor mío gloriosa deliciosa
pues me jubilas me parasme invitas a reventar
sí mi dama mi señorita mi señora
quédate no vengas quédate hermosa
lo sé todo eres la bella permanciente
y aquí yacen los pedazos
de tu flamante amante efímero
el que ambicionas miga de tus migajas
resíduo anda
llámame Resíduo me llamo Resíduo
un paso pa’lante dos pasos pa’trás
El hombre que llora
anda descalzo por el viento
ahí donde nadie le habla
ahí donde nadie le pregunta
¡ay! ¿cómo estás? ¿cómo andas? ¿qué te ha pasado?
pareces triste y atónito y pálido
donde nadie le habla
nadie le pregunta
¡ay! ¿cómo estás? ¿cómo andas? ¿qué te ha pasado?
El hombre que llora
piensa
llevo viento mudo
cargo nieves infieles
transbordo arenas mentirosas
me engalano con huellas y surcos
reliquias de amores rotos ¿y qué?
¿Y qué?
El hombre que llora
ya no come ya no bebe
ya no escribe sino el poema
el poema del hombre que llora
el poema del hombre que llora
y esta jodida carta de amor.
FERNANDO J. ELIZONDO-GARZA (Monterrey, México, 1954).
Trágatelo
Trágate toda esta vida
disfruta el exterminar
probabilidades de ser
en un destino no escrito
pero que ha pasado
de generación en generación
entre privacidades
y felicidades.
Traga sin aspavientos
que no te den asco
esos registros genéticos,
que aunque fugazmente
te llenarán, pasarán
pues nada queda
más que el recuerdo.
Trágate las esperanzas
improbables de existir
en esa liberación
lúdica y gozosa
que exprimiste
de tu señor
tómate todo el flujo
y cierra el rito.
RUBÉN MEDINA (Ciudad de México, México, 1955).
Bailecito
Me miras a los ojos
y me estremezco.
Te miro a los labios
y te ruborizas.
Me miras al pecho
y salto.
Te miro al cuello
y suspiras.
Luego cerramos los ojos
y nos vamos por estos
pequeños pueblos
del medio oeste
norteamericano
viviendo
a tientas,
a 35 incendios
por hora.
IVÁN TREJO (Tampico, Tamaulipas, México, 1978).
7
lo enterraron
de pie/no lo supe hasta
entonces/ quisieron que su peso cayera sobre sus pies
deshechos/ que se fuera derrumbando
y terminara sentado como si descansara
de algo/nadie avisó/ ni preguntas
hicieron/mi padre tenía
los pies chuecos y sobre ellos
lo enterraron/no le gustaba esperar
y de pie me lo enterraron.
ESTHER M. GARCÍA (Ciudad Juárez, México, 1987).
Mujer solitaria cuidando a su madre
Christina Rico González
(Saltillo, Coah. 1980 – Zacatecas, Zac. (-) )
Dicen que su madre se volvió loca al nacer ella
que su padre se esfumó entre una nube negra de incertidumbre
e ida por cigarrillos a la tienda
—¡Ahorita vengo, no tardo! —dijo y pasaron 25 años
y nunca volvió
Todavía es fecha en que ella lo espera
vestida de niña detrás de la puerta
detrás del reflejo de su madre
de toda su amargura
La locura es un arma silenciosa
Juega a no querer herir a nadie
más que al enfermo
pero es mentira
Es una bala penetrando carnes abriendo heridas
dejando rastros imperceptibles de sangre
por aquí y por allá
Un arma llena de municiones es su madre
y ella por defender el amor
o por obligación
deja pasar su vida anudada siempre al mismo cordel
la locura de mamá
que la embrutece bellamente ante los ojos de los vecinos
de los parientes
de los que alguna vez la han acechado con pasión
y luego fueron manchas en la memoria
borrones imprecisos
Cada noche su loca madre aulla hacia la luna
y ella besa el botón entre sus labios
con los dedos de su mano derecha
Todas las noches es la misma cosa
la misma tonada
el mismo ritual
Una aulla locura y otra se casa con la almohada
entre el sudor del “¿y si se enteran los vecinos y los tíos?”
Y el “¿Qué pensaría mamá de mí?”
Pero su madre ya no es
sino el abismo de otra cosa
que al final de un día cualquiera acabará consumiéndola
también a ella
MERCEDES ROFFÉ (Buenos Aires, Argentina, 1954).
El encuentro
si me esperas
te diré
quién eres
—ábreme
no estoy del todo
muerta
soy tú
MARIANA VACS (Rosario, Argentina, 1967).
Sirena
Dentro del cenote,
tu cuerpo es sirena y canta.
Escucho tus melodías de infancia,
no es desaire mi mudez,
es que el aire hace rondas en la memoria
y me estaca.
CAROLINA ZAMUDIO (Curuzú Cuatiá, Argentina, 1973).
Mis muertos
Llevo mis muertos vivos en mí.
Vienen de mañana a extasiarse en mi mano
cuando acarician luminosos
las frentes de mis hijas. Uno mira al espejo
en mis ojos
de un pardo más ocre que verdoso
asomando enigmático por los párpados caídos
de otro muerto que vive en mí
hasta que la muerte nos separe.
RODOLFO HÄSLER (Santiago de Cuba, Cuba, 1958).
Página uno: lunes. La urraca lúcida
Tengo una urraca que todo lo mira.
Aunque huidiza, ahí está, quizá un azar,
tira de la hebra, un deslizamiento al caer
sobre un montoncito de hierba de Ibirapuera.
En territorio agreste, lejos de mantener la calma
la urraca se manifiesta, insiste en un vuelo sin laberinto,
atraviesa el éter y anula el deseo yéndose por el costado,
se esfuma por el mejor lugar, su juicio en la fronda.
Repite un salto que es una línea, y abarca más,
embauca temprano a su adiestrador.
Celebran ambos la vez, bordea el refrán
siempre a punto de perder la ocasión,
hurgando en tierra mansa, sobre hojas húmedas,
un hondo sentimiento de abandono.
Página dos: martes
La palabra urraca: la leo en el espejo.
Un liso corte en el cristal ¿qué te propone?
La imagen se va por la ranura del azogue
y corre a una boca de metro, destino Jabaquara.
La sombra estatuaria de los predios lima el cristalino,
no descubre nada, sólo extrañeza y dolor.
El graznido de un pájaro,
y un día, quizá hoy, puede que mañana, nublado,
cesa su intención ante el ritmo del universo.
YOSIE CRESPO (Pinar del Río, Cuba, 1979).
Jessica, 1715
Mi madre me dice que todo se parece
a una película de los años setenta
en donde estoy yo
vestida como Olivia Newton
en su calidad de hija aligerada y a plena luz
pero en el marco de algún lugar silvestre
y lo más extraordinario: profundamente dormida
y donde estoy bailando en imágenes de una revolución
en Egipto
y con un listado en la mano de todo lo que pude amar con ira
y donde thistooshallpass -como en un sueño-
donde no siempre el poema entra en el poema
y donde no siempre dios es el perfecto creador
pero eso nadie lo cree -solo yo- según mi madre
porque en alguna parte del cerebro me niego a morir
y porque no he llegado aquí por mi paciencia
ni por medio de un reset que no logro recordar
si solo tuve una piedra o caí súbitamente
o como diría Jessica un diez de julio de mil setecientos
quince: ya es hora de regresar, pero adonde
de modo que tratemos la cosa dicha
como el quejido de un madero
o como una nube en un cuadro de Kardinsky
donde yo el habitante -figura humana hecha
de diversos materiales-ahora me pudro
cuando aún quedara una cuerda sobre la que balancearme
y destajada o como saliéndome de la muerte
pero más alta y sin origen
me niego a ser un trozo de hueso de aquél
no lluvia ni al menos una gota hoy
no calma de aquella calma
no distancia de su propio cuerpo
no pena que rodea sus arterias ya desnudas
si al menos supimos entonces que vivíamos
me daría cuenta y pudiera creer en -todo esto-
para al menos así advertir
cómo llegar a ese instante de luz en el espacio
que vive en tus ojos y en las noches.
YRENE SANTOS (Villa Tapia, República Dominicana, 1963).
Rejuego
Un rejuego
una reacción
muere tu lengua al tocarme
se dilata la tinta del deseo
calcinando los cinco puntos de tu cara
Risas
silencios
resuenan en el oído izquierdo de la alcoba.
MARIANELA MEDRANO (Copey, República Dominicana, 1964).
De Brujas y Mariposas
Está bien
Sentémonos a definir
Pitágoras creía en la reencarnación
-yo creo en él-
Entonces él es el gusano azul de las calladas tardes
que se enreda en mi falda
muerde la pulpa suave
Créanmelo es el que viene a mi convertido en gusano
¿Y yo?
Soy la voz de donde comienzan a salir los pájaros
-antes fui callada mariposa deformada en las paredes-
Posterior a eso fui dragón que sorbió su propio fuego
Cómo me gocé las llamas
En el espejo de las brasas encontré la clave
la que olvidó Dios cuando hizo el mundo
(debo decir cuando el mundo lo hizo a él)
Pobrecito anda ciego buscándose el rostro
No nos perdamos Volvamos a la rueda
En otro punto
Cabizbaja asintiendo
Ocupé una silla en la conferencia de los apóstoles
Aves de presagios comenzaron a revolotear en el techo
Ciérrense ojos
ábranse piernas
el silencio se derrama entre las bocas
salpicando almohadas de piedra
Dije mujer
y todos los rostros se volvieron
las espadas se hundieron hasta quebrar mi cerviz
Bajaron en trocitos las hijas del amor
las hermanas
-las hermosas calaveras de las novias con ramos de azahares-
Vuelvo el rostro hacia esta parte
Los clavos comienzan a salir
Ah…porque soy Cristo
¿Entienden ahora el misterio de su ruego en la cruz?
¿Padre por qué me has abandonado?
Y me volvió a nacer a este dolor de vida
a esta hambre a esta sed que no se sacia
Esta vez con un armazón de piano
El circulo del piano el anillo de la música
-la orgía mayor de los ángeles entre mis piernas-
Sentadita en las sombras brindé
con el néctar de mi propia sangre
sangre de madera ésta que duele
Pasado un tiempo el teclado tomó mudez de estatua
Entonces fue preciso hacerme yo
El circulo hecho por mi
el del timón el de las batallas crudas
y los oleajes que matan
Ay la batalla de los campos fríos
la lucha del sol y de la luna
A esta ceremonia vinieron los jueces
Con risitas de medio lado
Ya saben los sabios los triunfadores
Me negué a ser el astro y escupí sus caras
-Fue como pasar la caricia sobre jardín de espinas-
Desnuda me echaron de nuevo al fuego
Vengan a la fiesta de la bruja
la que come lagartos para asustar imbéciles
fermenta astros de visión para gozarse
relamiéndose los labios
La de la boca de fresas y saliva agria
que conocer el arte de la muerte
La que a pincelazos de insomnio abre una ruta
Animando con canciones el aquelarre
Fiesta de lluvias truenos y relámpagos
Radiografiando su praxis
-reinvención del mundo mundo
mundo de ojos que no se cierran
de brazos abarrotando calles
Es posible una generación de locos
que coman mariposas silabeen ruiseñores
inventando el modo de engendrar el sol y la luna
La reestructuración integral del universo
en ella la semilla del nuevo ser que sobreviva a la luz.
DIANA ARAUJO PEREIRA (Río de Janeiro, Brasil, 1972).
De Otras palabras / Outras palavras (RJ: 7Letras, 2008)
Extenderse a otros cuerpos, a otras almas, a otros corazones. En la completud añorada de formar mapas humanos, geografías armónicas, complicidad renombrada. Nombrarse al nombrar al otro, éste que tanta falta nos hace en la escala estrepitosa de vivir en el aire. Estirarse en otros para completar la frase, para hacerse sentido y sintaxis humana. Lo humano es salirse para los nombres ajenos, para configurarse un poco más a cada paso. Embeberse en otras letras y sonidos.
Tocar al otro, olerlo, vaciarse y volver a llenarse en la amistad o el odio. Signos contrarios de la misma e intrínseca necesidad angustiante. Odiar al otro es odiarse a si mismo por la incapacidad de ser entero.
Sonreír la sonrisa ajena, llorar sus mismas lágrimas: grados de composición de un poema común.
Amar al otro es la máxima poesía.
CLARISSA MACEDO (Salvador Bahía, Brasil, 1988).
Siete abismos
El alma relincha
en la caballeriza.
Macho de caballo
que galopa trovas
del pensamiento,
engulle las aguas
de pasto y de heno.
Hay terror en los vientos
del caballo magullado,
que perdido rompe,
alado, las trincheras
y cae cual ángel
de tormento.
Hay yeguas rondando
platos de olvido.
Hay ruedas y correas
en el carruaje violento.
En aquella crin
de herraduras negras
un caballo
de patas ralas:
Los siete abismos de la vida.
MAYDA COLÓN (San Juan, Puerto Rico, 1975).
Madre:
voy en el tren y parece una forma ideal
para abrigarse contra el rencor del invierno.
Escribo porque me proporciona la certeza
del movimiento en los cartílagos de las manos
como si para morir la historia redundara en el retorno de la afrenta
en el enumeramiento en singular de esas cosas sencillas
que nos obligan a los gestos débiles,
a la certeza de la sombra bajo la sombra
o al coloquio del espejo prohibido
que se cuece en los años bisiestos.
Voy muriendo
y presiento que me requedo en las caras
en los recuentos de los tantos nombres incomprensibles
entre las páginas huérfanas que se teje el aguacero para inmolarse finalmente
en la certeza de los charcos.
Muero de mí
muero de este suicidio lento de voz que me arrastra a la dulzura absoluta del compendio
muero de las voces en la conciencia de tantos poetas escasos ya de brazos
hambrientos como lobos feroces de la siniestra transfusión de la tinta.
Muero rabiando de vida y descalza
muero lento, pero todo está en orden y dispuesto para esos monólogos meninos
que dicen que calman, pero infestan como a los lienzos las pinturas.
Ando la ciudad; Madre, como a la hierba,
con los ojos
ando y mientras muero
la inmensidad del cielo no descansa en su labor de trastocar azules para pintar el mar.
El mar habla tanto, Madre.
Yo escribo.